viernes, 10 de julio de 2020

El I Ching: la Puerta del Despertar


El I Ching no es un libro fácil y como muy acertadamente afirmaba Carl Gustav Jung en su Prólogo a la traducción del Libro de las Mutaciones de Richard Wilhelm, muchos estudiosos occidentales cayeron en la tentación de "desecharlo, considerándolo un conjunto de fórmulas mágicas o bien demasiado abstrusas como para ser inteligibles, o bien carentes de todo valor".

Los que hemos dedicado buena parte de nuestra vida al estudio del I Ching podemos decir a todos aquellos que quieran acercarse a él que no es apto para “acelerados” ya que si lo intentas con las absurdas prisas del consumidor de “fast food espiritual”, le digo de todo corazón: abandona aquí toda esperanza y dedícate a otra cosa, pero el I Ching no es para ti.

Y es que el Libro de las Mutaciones no quiere prisas y exige un trabajo duro y mucho esfuerzo y, sobre todo, cambiar “el "chip" sobre la forma de pensar y de ver el mundo que hemos adquirido o heredado.

Dicho en otras palabras y para que quede claro, para adentrarse en el I Ching, la primera premisa es abrir la mente y hacer tabla rasa de todas las creencias previamente adquiridas y estar dispuesto a desaprender para aprender.

Me explico.

El pensamiento del Libro de los Cambios, base y fundamento de la Tradición Primordial china en sus dos grandes ramas, el Taoísmo y el Confucianismo, nunca desarrolló lo que nosotros hemos convenido en llamar como "ciencia" ni tampoco ha considerado jamás que la causalidad es una verdad axiomática.

No obstante y paradójicamente, los últimos avances de la ciencia están socavando los cimientos de las seguridades inconmovibles del principio de causalidad y hoy sabemos, gracias a la física de vanguardia que lo que llamamos leyes naturales son verdades meramente estadísticas que deben, por tanto y necesariamente, dejar margen a las excepciones.

Sabemos además que cada acontecimiento se ve interferido en forma parcial o total por el azar, hasta el punto de que, en circunstancias naturales, una secuencia de hechos que se ajuste de manera absoluta a leyes específicas constituye casi una excepción.

Y es que el Pensamiento del I Ching nos muestra con total claridad que la causalidad como causa fenomenológica no es única sino que convive, en pie de igualdad, con lo que denominamos despectivamente como “casualidad” y que, como muy acertadamente teorizaba Jung: “la cuestión que interesa parece ser la configuración formada por los hechos casuales en el momento de la observación, y de ningún modo las razones hipotéticas que aparentemente justifican la coincidencia. En tanto que, cuidadosamente, la mente occidental tamiza, pesa, selecciona, clasifica, separa, la representación china del momento lo abarca todo, hasta el más minúsculo y absurdo detalle, porque todos los ingredientes componen el momento observado".

Ocurre así que cuando se arrojan las tres monedas o se cuentan los cuarenta y nueve tallos, estos pormenores casuales entran en la representación del momento de la observación y constituyen una parte de él, una parte que, aunque sea insignificante para nosotros, es sumamente significativa para la mentalidad china.

Y como bien dice Jung "quienquiera haya inventado el I Ching, estaba convencido de que el hexagrama obtenido en un momento determinado era un indicador de la situación esencial que prevalecía en el momento en que se originaba. Este supuesto implica cierto principio al que he denominado sincronicidad, un concepto que configura un punto de vista diametralmente opuesto al de causalidad y que considera que la coincidencia de los hechos en el espacio y en el tiempo significa algo más que el mero azar, vale decir, una peculiar interdependencia de hechos objetivos, tanto entre sí, como entre ellos y los estados subjetivos (psíquicos) del observador o los observadores".

Y es que la Tradición Primordial china contempla el cosmos de un modo comparable a la del físico moderno.

Exactamente a la manera en que el pensamiento causal describe la secuencia de los hechos para la mentalidad china la Sincronicidad trata de la coincidencia de los hechos. Es decir, mientras que el pensamiento causal nos describe como se ha llegado de un hecho a otro, el modelo sincrónico nos muestra la concatenación de causas y efectos como exponentes de una única e idéntica situación momentánea.

Los 64 hexagramas del I Ching, su obtención (ya sea con la caída de las monedas o con la división del manojo de tallos de milenrama) así como las múltiples interrelaciones con respecto a una pregunta formulada y su interpretación, constituyen una única "situación" que muestran una coincidencia significativa en la que la una va unida a la otra, frente a lo que nos diría el principio del pensamiento causal en el que una cosa sería pura consecuencia de la otra.

Es por ello por lo que, como decía al principio, que adentrarse en el conocimiento del I Ching implica y exige hacer "tabla rasa" de las creencias, métodos y presuntas certezas con respecto a cómo funciona el mundo y se producen las situaciones y los acontecimientos.

Obviamente este no es un procedimiento capaz de hallar eco en una mente habituada a la cansina y limitante cantinela de la verificación experimental de los hechos o a la evidencia fáctica con instrumentos de evaluación y de análisis que, recordémoslo fueron paridos en su origen en los siglos XVIII-XIX.

Hay una cuestión que siempre se suscita en los cursos y talleres: ¿cómo es que el I Ching funciona de forma tan precisa?

Yo siempre digo que es una pregunta sin respuesta o para la que yo, modestamente no tengo respuesta quizás porque tampoco me he interesado nunca en buscarla.

Esta respuesta siempre provoca una sensación de estupor entre el público, pero siempre aclaro que el planteamiento de la pregunta es incorrecto desde el punto de vista del I Ching ya que en ella subyace, innegablemente, la lógica del empirismo tradicional y del dogma del pensamiento causal.

El I Ching, a la par que misterioso, es esencialmente pragmático.

Como decía Jung: "El I Ching se desentiende de la actitud que uno adopta en cuanto al funcionamiento del oráculo. Únicamente nosotros nos sentimos perplejos, porque tropezamos una y otra vez con nuestro prejuicio, o sea la noción de causalidad. La antigua sabiduría de Oriente pone el acento sobre el hecho de que el individuo inteligente entienda sus propios pensamientos, pero no le preocupa en lo más mínimo la forma en que lo hace. Cuanto menos piense uno en la teoría del I Ching, mejor dormirá".

Esto es lo que hay, y no hay más cera que la que arde.

Como asevera Jung: "El I Ching no se ofrece acompañado de pruebas y resultados; no alardea ni es fácil de abordar. Como si fuera una parte de la naturaleza, espera hasta que se lo descubra. No ofrece hechos ni poder, pero para los amantes del autoconocimiento, de la sabiduría parece ser el libro indicado. Para alguno su espíritu aparecerá tan claro como el día; para otro, umbrío como el crepúsculo; para un tercero, oscuro como la noche. Aquel a quien no le agrade no tiene por qué usarlo, y aquél que se oponga a él no está obligado a hallarlo verdadero. Dejémoslo salir al mundo para beneficio de quienes sean capaces de discernir su significación".

Pero para todos aquellos que, con una mente absolutamente abierta y con un espíritu libre, esten dispuestos a salirse del confort del redil e iniciar una andadura en Terra Ignota, el I Ching constituye el mejor aliado para abrir de par en par las  puertas a la experiencia iluminadora del Despertar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario