El I Ching no es un libro fácil y como muy acertadamente afirmaba Carl Gustav Jung en su Prólogo a la traducción del Libro de las Mutaciones de Richard Wilhelm, muchos estudiosos occidentales cayeron en la tentación de "desecharlo, considerándolo un conjunto de fórmulas mágicas o bien demasiado abstrusas como para ser inteligibles, o bien carentes de todo valor".
Los que hemos dedicado buena parte de nuestra vida al estudio del I Ching podemos decir a todos aquellos que quieran acercarse a él que no es apto para “acelerados” ya que si lo intentas con las absurdas prisas del consumidor de “fast food espiritual”, le digo de todo corazón: abandona aquí toda esperanza y dedícate a otra cosa, pero el I Ching no es para ti.
Y es que el Libro de las Mutaciones no
quiere prisas y exige un trabajo duro y mucho esfuerzo y, sobre todo, cambiar “el
"chip" sobre la forma de pensar y de ver el mundo que hemos adquirido
o heredado.
Dicho en otras palabras y para que quede
claro, para adentrarse en el I Ching, la primera premisa es abrir la mente y hacer
tabla rasa de todas las creencias previamente adquiridas y estar dispuesto a desaprender
para aprender.
Me explico.
El pensamiento del Libro de los Cambios,
base y fundamento de la Tradición Primordial china en sus dos grandes ramas, el
Taoísmo y el Confucianismo, nunca desarrolló lo que nosotros hemos convenido en
llamar como "ciencia" ni tampoco ha considerado jamás que la
causalidad es una verdad axiomática.
No obstante y paradójicamente, los
últimos avances de la ciencia están socavando los cimientos de las
seguridades inconmovibles del principio de causalidad y hoy sabemos, gracias a
la física de vanguardia que lo que llamamos leyes naturales son verdades
meramente estadísticas que deben, por tanto y necesariamente, dejar margen a las
excepciones.
Sabemos además que cada acontecimiento se
ve interferido en forma parcial o total por el azar, hasta el punto de que, en
circunstancias naturales, una secuencia de hechos que se ajuste de manera
absoluta a leyes específicas constituye casi una excepción.
Y es que el Pensamiento del I Ching nos
muestra con total claridad que la causalidad como causa fenomenológica no es
única sino que convive, en pie de igualdad, con lo que denominamos
despectivamente como “casualidad” y que, como muy acertadamente teorizaba Jung:
“la cuestión que interesa parece ser la
configuración formada por los hechos casuales en el momento de la observación,
y de ningún modo las razones hipotéticas que aparentemente justifican la
coincidencia. En tanto que, cuidadosamente, la mente occidental tamiza, pesa,
selecciona, clasifica, separa, la representación china del momento lo abarca
todo, hasta el más minúsculo y absurdo detalle, porque todos los ingredientes
componen el momento observado".
Ocurre así que cuando se arrojan las
tres monedas o se cuentan los cuarenta y nueve tallos, estos pormenores
casuales entran en la representación del momento de la observación y
constituyen una parte de él, una parte que, aunque sea insignificante para
nosotros, es sumamente significativa para la mentalidad china.
Y como bien dice Jung "quienquiera haya inventado el I Ching, estaba convencido de que el
hexagrama obtenido en un momento determinado era un indicador de la situación
esencial que prevalecía en el momento en que se originaba. Este supuesto
implica cierto principio al que he denominado sincronicidad, un concepto que
configura un punto de vista diametralmente opuesto al de causalidad y que
considera que la coincidencia de los hechos en el espacio y en el tiempo
significa algo más que el mero azar, vale decir, una peculiar interdependencia
de hechos objetivos, tanto entre sí, como entre ellos y los estados subjetivos
(psíquicos) del observador o los observadores".
Y es que la Tradición Primordial china contempla
el cosmos de un modo comparable a la del físico moderno.
Exactamente a la manera en que el
pensamiento causal describe la secuencia de los hechos para la mentalidad china
la Sincronicidad trata de la coincidencia de los hechos. Es decir, mientras que
el pensamiento causal nos describe como se ha llegado de un hecho a otro, el
modelo sincrónico nos muestra la concatenación de causas y efectos como exponentes
de una única e idéntica situación momentánea.
Los 64 hexagramas del I Ching, su
obtención (ya sea con la caída de las monedas o con la división del manojo de
tallos de milenrama) así como las múltiples interrelaciones con respecto a una
pregunta formulada y su interpretación, constituyen una única
"situación" que muestran una coincidencia significativa en la que la
una va unida a la otra, frente a lo que nos diría el principio del pensamiento
causal en el que una cosa sería pura consecuencia de la otra.
Es por ello por lo que, como decía al
principio, que adentrarse en el conocimiento del I Ching implica y exige hacer
"tabla rasa" de las creencias, métodos y presuntas certezas con
respecto a cómo funciona el mundo y se producen las situaciones y los
acontecimientos.
Obviamente este no es un procedimiento
capaz de hallar eco en una mente habituada a la cansina y limitante cantinela
de la verificación experimental de los hechos o a la evidencia fáctica con
instrumentos de evaluación y de análisis que, recordémoslo fueron paridos en su
origen en los siglos XVIII-XIX.
Hay una cuestión que siempre se suscita
en los cursos y talleres: ¿cómo es que el I Ching funciona de forma tan
precisa?
Yo siempre digo que es una pregunta sin
respuesta o para la que yo, modestamente no tengo respuesta quizás porque
tampoco me he interesado nunca en buscarla.
Esta respuesta siempre provoca una
sensación de estupor entre el público, pero siempre aclaro que el planteamiento
de la pregunta es incorrecto desde el punto de vista del I Ching ya que en ella
subyace, innegablemente, la lógica del empirismo tradicional y del dogma del
pensamiento causal.
El I Ching, a la par que misterioso, es
esencialmente pragmático.
Como decía Jung: "El I Ching se desentiende de la actitud que uno adopta en cuanto
al funcionamiento del oráculo. Únicamente nosotros nos sentimos perplejos,
porque tropezamos una y otra vez con nuestro prejuicio, o sea la noción de
causalidad. La antigua sabiduría de Oriente pone el acento sobre el hecho de
que el individuo inteligente entienda sus propios pensamientos, pero no le
preocupa en lo más mínimo la forma en que lo hace. Cuanto menos piense uno en
la teoría del I Ching,
mejor dormirá".
Esto es lo que hay, y no hay más cera
que la que arde.
Como asevera Jung: "El I Ching no
se ofrece acompañado de pruebas y resultados; no alardea ni es fácil de
abordar. Como si fuera una parte de la naturaleza, espera hasta que se lo
descubra. No ofrece hechos ni poder, pero para los amantes del
autoconocimiento, de la sabiduría parece ser el libro indicado. Para alguno su
espíritu aparecerá tan claro como el día; para otro, umbrío como el crepúsculo;
para un tercero, oscuro como la noche. Aquel a quien no le agrade no tiene por
qué usarlo, y aquél que se oponga a él no está obligado a hallarlo verdadero.
Dejémoslo salir al mundo para beneficio de quienes sean capaces de discernir su
significación".
Pero para todos aquellos que, con una mente absolutamente abierta y con un espíritu libre, esten dispuestos a salirse del confort del redil e iniciar una andadura en Terra Ignota, el I Ching constituye el mejor aliado para abrir de par en par las puertas a la experiencia iluminadora del Despertar.
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